Tablas de madera de castaño, tejados de pizarra, muros de piedra silícea, caminos alfombrados de mantos de
fuetsas de varios otoños, líquenes y musgo, mucho musgo, cubriéndolo todo. No hay cemento, ni asfalto, nada de uralita ni de bloque.
Restos de una arquitectura del pasado dónde se construye con lo que hay, -y el resultado es armonioso- dónde sólo la "recta, arquitéctonica y antrópica" rompe los recovecos, curvos e intrincados de un paisaje silício y píndio de
tseras, brumas, robledales y sotos de castaños.
En un rincón, del que es díficil marchar, del occidente cantábrico leonés.